EXPULSANDO AL DEMONIO
A medida que el exorcismo avanzaba, el estado de Roland crecía en violencia y espanto. Hablaba y gritaba con una voz ronca, reía con una carcajada diabólica, insultaba a los sacerdotes y maldecía al oír las plegarias o el nombre de Jesús. Y en los pocos momentos de calma proyectaba un aura siniestra que los exorcistas llaman “el roce de satanás”.
El día 18 de abril, luego que el joven fuera ingresado en el hospital de los Hermanos de los Pobres de Saint Louis, se libró la última batalla contra el maligno. Los religiosos pusieron en la habitación una estatua del arcángel San Miguel venciendo al dragón antes de que el padre Bowdern pronunciara las últimas letanías del exorcismo. A los pocos minutos, de la propia boca de Roland, salió una voz nueva, límpida y profunda: “Satanás, Satanás, soy San Miguel y te ordeno a ti y a los otros espíritus malignos que abandonéis el cuerpo en nombre de Dominus, inmediatamente, ¡ahora, ahora, ahora!”. Entonces, durante varios minutos, Roland se debatió violentamente entre espantosas contorsiones. Luego, tras detenerse abruptamente, éste dijo con toda calma a todos los presentes: “Se ha ido”. A la mañana siguiente comulgó en la capilla del hospital y por la tarde durmió una larga siesta. Y cuando despertó parecía no recordar nada de su penosa experiencia. “¿Dónde estoy? ¿Qué ha ocurrido?”, les preguntó a los sacerdotes.
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