PARTE 3
EL ARREPENTIMIENTO
Por que todos pagamos lo que hacemos en esta vida karma? No ¿destino? tampoco solo cuentas claras
El pastor Guazo intervino y le preguntó si estaba realmente arrepentido y si quería que esto terminara. El joven contestó afirmativamente. Luego el pastor le pidió que fuera por su Biblia y la abriera porque iniciarían una oración. Josué lo intentó, pero dijo al pastor que no la podía abrir. El pastor se puso a orar y el ser en forma de mujer se retiró. Nuevamente le pidió que abriera la Biblia y Josué manifestó angustiosamente que estaba como pegada y no la podía abrir. En ese instante Josué, alarmado, nos comunicó que había más seres que se aproximaban.
—Son tres seres horribles. Ayúdenme, por favor.
—¡Josué!, toma la Biblia y ábrela, vamos a orar —dijo el pastor.
—¡No puedo! Ellos me están pegando —dijo Josué espantado y llorando.
—Entonces repite conmigo —le indicó el pastor, y juntos oraron, pero al joven lo interrumpían unos gruñidos que provenían de aquellos seres.
De verdad, viví una horrible experiencia cuando estos seres empezaron a hacer ruidos como cerdos y en tono de burla. El pastor Guazo interrumpió la oración y se dirigió enérgicamente a ellos.
—En el nombre de Dios, cállense. Por la bendita sangre de Cristo, les ordeno que se callen.
Mientras, Josué que no podía orar lloraba con angustia y pedía que lo ayudáramos porque los demonios lo estaban golpeando en las costillas. En la cabina estábamos sinceramente espantados y casi llegamos al pánico cuando el frío se acrecentó y al recitar el salmo 91 de la Biblia la hoja se enrolló sola y comenzó a desenrollarse y enrollarse de nuevo. Esto lógicamente no podía ocurrir de la nada y no le encontramos explicación. Después una computadora portátil que utilizo para leer los correos electrónicos del programa lanzó un destello en la pantalla y se apagó. Todo esto acontecía mientras el pastor trataba de expulsar a los diablos que estaban con Josué. A pausas, con mucha dificultad, el joven repetía la oración que el pastor mencionaba y lentamente llegó la calma en la casa de Josué y en la cabina. El frío había cesado, pero la computadora no funcionaba. Por cierto, mi computadora portátil tenía garantía vigente y al llevarla a reparar al centro especializado los técnicos, extrañados, me preguntaron si la había golpeado o sometido a un voltaje más alto, a lo que respondí que no. Ellos no se explicaban por qué la pantalla había destellado y se había apagado. Según ellos no era lógico, ya que el aparato no mostraba huellas de haber sido golpeado y los circuitos de la pantalla se encontraban en buen estado y esto técnicamente no era posible. Al final le instalaron una pantalla nueva. Estaba por finalizar la transmisión del programa. El joven Josué, más tranquilo y algo desconcertado, mencionó que a las cuatro de la madrugada tendría que celebrar un ritual en un cerro cercano a su casa. El pastor Guazo le recomendó que no lo hiciera si deseaba terminar con esa pesadilla que había transformado su vida. El joven accedió y, como ese viernes el tiempo de programa se me terminaba, quedamos en que se pondría a orar y a reflexionar y el siguiente lunes entablaríamos comunicación. Una vez terminada la transmisión, se quedó platicando unos minutos con el pastor.
El lunes, al comunicarnos a su casa nos contestó uno de los empleados de Josué y dijo que el joven había sufrido un accidente el fin de semana y se encontraba en el hospital. Georgina Avilez persuadió al empleado de que hablara con nosotros al aire, ya que cientos de llamados telefónicos y correos procedentes del país y del extranjero solicitaban información de su estado. El empleado, que dijo llamarse Roberto, habló conmigo, pero no me decía qué le había pasado a Josué. Ante mi insistencia manifestó que no sabía exactamente qué había pasado, sólo sabía que al joven lo habían golpeado brutalmente y le habían enterrado un crucifijo en el vientre, por lo que estaba grave en un conocido hospital. No sabía sinceramente si creerle o no, por lo que Gina, la productora de contenidos del programa, hábilmente investigó el teléfono del hospital, que se encontraba en el vecino país del norte, y hablé con una trabajadora social. Me preguntó si era algún familiar, pues no había nadie con él y se encontraba muy grave. Había sido sometido a una intervención quirúrgica de alto riesgo y se encontraba en la sala de terapia intensiva. Las próximas 72 horas serían críticas y por eso solicitaban que un familiar acompañara a Josué. Solicité al aire que los familiares del joven acudieran al llamado del hospital y, como llamábamos a diario, nos enteramos de que no se presentó nadie de su familia. Dos semanas después logré hablar con Josué en el hospital y me contó lo que ocurrió aquella misteriosa noche. Los seres que lo golpeaban mientras estaba orando con el pastor, regresaron más tarde y comenzaron a destruir todo lo que había en su cuarto. Los focos y los floreros estallaban, tiraban los libreros y demás muebles, y las sillas y otros objetos volaban por el cuarto como si tuvieran vida propia. Finalmente una gran sombra se plantó frente a él y le recriminó con furia.
—¡Te lo advertimos, hijo de p…! Ahora vas a recibir tu castigo y te vas a pudrir en los infiernos.
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